jueves, 24 de febrero de 2011

Momentos


Hace unos mese, no sé por qué me he acordado hoy, un amante me dijo que una amiga que tenemos en común le había dicho que yo le había dicho a ella (que follón la cadena del chismorreo) que era el tercer mejor amante que he tenido en mi vida. Obviamente era mentira, mi amante, que es un inútil como ha dejado constancia objetiva en repetidas ocasiones, lo único que quería era que le dijera “sí oh si! Eres el mejor amante que he tenido en mi vida” pero no se lo dije, le explique la verdad. Yo no tengo mejores amantes, tengo mejores momentos, mejores experiencias. El problema es que muchas de ellas, en el triste día de hoy, me resultan dolorosas, agudas, punzantes, intensas, penetrantes; tanto que, cuando mi alma se separa de mi cuerpo para emprender un viaje estelar y cósmico, estás jodidas, intensas y, sobretodo, dolorosas experiencias agarran a mi alma de los pies aferrándola a la tierra impidiendo que se vuelva cósmica.


Pero hay otros que no; gracias a… mí supongo a dios seguro que no, existen otros momentos igual de excitantes exentos de dolor.

¿Cuáles? Podría relatar docenas, probablemente cienes pero hoy me quedo con dos.

S. viene a mi cabeza porque ayer lo vi conectado y tuve una conversación antierótica con él, una pena puto facebook. Y siempre que pienso en él le recuerdo con sus dos metro de envergadura, tirado a mi derecha observando como mi pecho ascendía y descendía acelerado después de haberme corrido gracias a sus embestidas salvajes aunque todavía controladas, jadeante todavía. Recuerdo que se acercó a mi oído y mientras cogía mi mano derecha para posarla en mi clítoris me decía “quiero aprender cómo te lo haces, para hacértelo rápido cuando tengamos mucha prisa”. Sus palabras eran lascivia pura, viva y lujuriosa. Puede que, teniendo todas las experiencias erótico-festivas que relato en esta mi mente virtual, este pequeño detalle parezca tonto e incluso antierótico, pero a mí me puso como una perra. Me corrí en dos minutos, con su mano encima de la mía reproduciendo mis movimientos, mimetizándolos, aprendiéndoselos para reproducirlos después. Me pareció espectacular, de lo mejor que me han dicho tendida en una cama.

También me acuerdo de F la primera vez que me lamió los pies. Los Rizos me arrastraban hasta él asegurando que lo que era salvarme de ellos, sentado detrás de mi agarrando con una mano mi pecho y abriéndome las piernas con la otra, me recuerdo recostada sobre su pecho recién depilado, ida, desorientada, girando mi cabeza buscando con desesperación su boca. Recuerdo a F. acercándose despacio, cauta, atento, esperándola ser reclamado, para llegar hasta mi pie entregado, como no podía ser de otra forma, por el Rizos. Su lengua recorrió mi empeine, mi pierna, mi piel se erizaba con su contacto mientas los ojos del Rizos se mezclaba la envidia y el orgullo. Todo, por supuesto, ante la atenta mirada del maestro.

Otros día me vienen otras cosas, más salvajes, más primarias, la primera ostia, las primeras esposas o los primero polvos cegada, pero hoy, no sé por qué, me acuerdo de esto, de ellos, sin dolor alguno… menos mal.

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