Hace ya más de un mes me acosté con mi residente favorito.
Prometía muy mucho, porque él no es un residente normal, casi roza los cuarenta
y su trayectoria vital está curtida y complejizada, en otra liga podríamos
decir que es tan compleja como la mia. La verdad es que mi R prometía, o por lo
menos en mi cabeza así lo hacía. Habían sido muchos los meses de ligeros
flirteos sin ningún tipo de respuesta erótico- festiva; pero las largas
conversaciones del mundo sanitario, de música interesante e interesada hacían
que, cada día, me llamara más la atención, aunque había perdido la esperanza de
cualquier tipo de encuentro sexual. La idea se había desvanecido de tal manera
que hasta le conté mi gran error, grande y repetido, del Doctor Champán (¿tú
también Brutus?, fue su sincera respuesta); el interés sexual está tan lejos de
mi alcance que le hablé esa noche, una vez más, con la sinceridad que conlleva
el cansancio, con la ternura que sigue al estar harta de una situación y el
anhelo ardiente de que querer pasar a la siguiente etapa. Y él me dio la razón,
a él también le pasaba.
¿Cómo llegamos a mi casa? Con dos frases tan ridículas como
utilizadas en el mundo pornográfico de mala calidad.
Estaba fumando al lado de mi ventana, mirando mis cosas y
asegurando que mi casa el gustaba porque es muy yo, que la suya está vacía, la
mía en cambio cada día tiene más cosas, parece que acumulo cositas a la
velocidad que genero nuevos recuerdos.
Me di cuenta de que se le acababa el cigarro y pensé
mientras me acercaba ya descalza, con la puntilla asomando por el hombro
desnudo que dejaba ver el asimétrico vestido, que sabría mal, porque odio el
sabor del tabaco. Pero no me importó, me pasa con los hombres que me gustan,
que no me importa a que sepan, porque sus besos saben a todo lo demás, saben a
futuro esperanzador. Y R sabía a todo eso. Es tan alto que tenía que ponerme de
puntillas para poder alcanzarle, mientras él me cogía por la cintura y me daba besos
suaves casi tímidos.
Enseguida nos tiramos en mi cama, es lo bueno de tener una
casa tan pequeña. Se tiró sobre mi y empecé a meterle mano sin pudor, estaba
tan cansada, tan excitada, tan nerviosa que no podía quitarle si quiera el
cinturón. Así que tuvo que quitárselo él solito. Recuerdo que me lancé enseguida
a chupársela, me la metí en la boca y comencé a chupársela sin parar,
desplegando todo el catálogo de posibilidades porque quería impresionarlo, esas
es la verdad. Solo pensaba en dejarlo temblando en que no pudiese pensar en
otra cosa que no fuese volverse a acostar conmigo, sin parar una vez y otra
vez.
No recuerdo muy bien como fueron las cosas, tengo que
intentar escribir mucho antes. Recuerdo que follamos mucho rato, que fue largo
y fuerte, que yo le pedí que se corriera y que él me advirtió que quedaba mucho
todavía. Recuerdo que lo hicimos de todas las maneras posibles, yo encima
mirándole preguntándole cómo lo quería, el encima de mi sujetándome de los
hombros, yo sentada sobre el dándole la espalda, mirando como su miembro
entraba y salía de mi cuerpo al ritmo que yo quería, follamos de lado, mientras
me agarraba con una mano el pecho y con la otra me estimulaba el clítoris; le
rogué que me follara a cuatro patas, y así lo hizo hasta que se me clavó hasta
las entrañas tragándose un grito ahogado signos inequívoco de que se corría en
un mar de jadeos constantes. Se derrumbó a mi lado y me arrastro hasta
colocarme en su pecho; y le dije que quería más que siempre quería más.
Necesitó poco para recuperarse, cuatro de mis besos, seis de
mis caricias y su miembro volvía a tener vida propia a mirar desafiante. Fue
entonces cuando se puso encima de mí y me penetró suave, dibujando círculos con
la cadera como intentando alcanzar todos mis recovecos. Fue en ese momento
cuando pensé que me deshacía, que el placer me hacia levitar hacia otro sitio.
Genial, ese momento despacio, suave pero tan intenso…
Acabamos buceando cada uno en el sexo del otro, empapándonos
de nuestros olores, mojándonos con nuestros humores. A mí me resulta muy
complicado concentrarme cuando tengo un hombre perdido entre mis piernas, en
esos momentos hago mamadas jadeantes porque no puedo evitar gemir. Volvimos a
follar otra vez de mis maneras y a mil ritmos y volvió a correrse clavándoseme
hasta el fondo como a mí me gusta. Siento como palpitaba su miembro,
descargando oleadas de placer.
Yo me habría quedado con él horas, tirada en la cama
buscando un sueño necesario y reparador; pero pensé que podríamos hacerlo en
otro momento, pensé que esa noche había marcado un punto de inflexión, que los
meses de conversaciones reales sobre música, sobrinos y maneras de ver el mundo
habían hecho que él pensara que podía haber otra cosa. Pensé que, por lo menos
durante un instante, le cuadraba un poco en su vida. Pero no ha debido de ser
así, o he sido yo la que se ha explicado mal, la que da una impresión
equivocada porque habla de follar sin pudor. Puede ser que sea culpa mía.
Necesito otras cosas…