viernes, 23 de diciembre de 2011

MIR




Hace ya más de un mes me acosté con mi residente favorito. Prometía muy mucho, porque él no es un residente normal, casi roza los cuarenta y su trayectoria vital está curtida y complejizada, en otra liga podríamos decir que es tan compleja como la mia. La verdad es que mi R prometía, o por lo menos en mi cabeza así lo hacía. Habían sido muchos los meses de ligeros flirteos sin ningún tipo de respuesta erótico- festiva; pero las largas conversaciones del mundo sanitario, de música interesante e interesada hacían que, cada día, me llamara más la atención, aunque había perdido la esperanza de cualquier tipo de encuentro sexual. La idea se había desvanecido de tal manera que hasta le conté mi gran error, grande y repetido, del Doctor Champán (¿tú también Brutus?, fue su sincera respuesta); el interés sexual está tan lejos de mi alcance que le hablé esa noche, una vez más, con la sinceridad que conlleva el cansancio, con la ternura que sigue al estar harta de una situación y el anhelo ardiente de que querer pasar a la siguiente etapa. Y él me dio la razón, a él también le pasaba.
¿Cómo llegamos a mi casa? Con dos frases tan ridículas como utilizadas en el mundo pornográfico de mala calidad.
Estaba fumando al lado de mi ventana, mirando mis cosas y asegurando que mi casa el gustaba porque es muy yo, que la suya está vacía, la mía en cambio cada día tiene más cosas, parece que acumulo cositas a la velocidad que genero nuevos recuerdos.
Me di cuenta de que se le acababa el cigarro y pensé mientras me acercaba ya descalza, con la puntilla asomando por el hombro desnudo que dejaba ver el asimétrico vestido, que sabría mal, porque odio el sabor del tabaco. Pero no me importó, me pasa con los hombres que me gustan, que no me importa a que sepan, porque sus besos saben a todo lo demás, saben a futuro esperanzador. Y R sabía a todo eso. Es tan alto que tenía que ponerme de puntillas para poder alcanzarle, mientras él me cogía por la cintura y me daba besos suaves casi tímidos.
Enseguida nos tiramos en mi cama, es lo bueno de tener una casa tan pequeña. Se tiró sobre mi y empecé a meterle mano sin pudor, estaba tan cansada, tan excitada, tan nerviosa que no podía quitarle si quiera el cinturón. Así que tuvo que quitárselo él solito. Recuerdo que me lancé enseguida a chupársela, me la metí en la boca y comencé a chupársela sin parar, desplegando todo el catálogo de posibilidades porque quería impresionarlo, esas es la verdad. Solo pensaba en dejarlo temblando en que no pudiese pensar en otra cosa que no fuese volverse a acostar conmigo, sin parar una vez y otra vez.
No recuerdo muy bien como fueron las cosas, tengo que intentar escribir mucho antes. Recuerdo que follamos mucho rato, que fue largo y fuerte, que yo le pedí que se corriera y que él me advirtió que quedaba mucho todavía. Recuerdo que lo hicimos de todas las maneras posibles, yo encima mirándole preguntándole cómo lo quería, el encima de mi sujetándome de los hombros, yo sentada sobre el dándole la espalda, mirando como su miembro entraba y salía de mi cuerpo al ritmo que yo quería, follamos de lado, mientras me agarraba con una mano el pecho y con la otra me estimulaba el clítoris; le rogué que me follara a cuatro patas, y así lo hizo hasta que se me clavó hasta las entrañas tragándose un grito ahogado signos inequívoco de que se corría en un mar de jadeos constantes. Se derrumbó a mi lado y me arrastro hasta colocarme en su pecho; y le dije que quería más que siempre quería más.
Necesitó poco para recuperarse, cuatro de mis besos, seis de mis caricias y su miembro volvía a tener vida propia a mirar desafiante. Fue entonces cuando se puso encima de mí y me penetró suave, dibujando círculos con la cadera como intentando alcanzar todos mis recovecos. Fue en ese momento cuando pensé que me deshacía, que el placer me hacia levitar hacia otro sitio. Genial, ese momento despacio, suave pero tan intenso…
Acabamos buceando cada uno en el sexo del otro, empapándonos de nuestros olores, mojándonos con nuestros humores. A mí me resulta muy complicado concentrarme cuando tengo un hombre perdido entre mis piernas, en esos momentos hago mamadas jadeantes porque no puedo evitar gemir. Volvimos a follar otra vez de mis maneras y a mil ritmos y volvió a correrse clavándoseme hasta el fondo como a mí me gusta. Siento como palpitaba su miembro, descargando oleadas de placer.
Yo me habría quedado con él horas, tirada en la cama buscando un sueño necesario y reparador; pero pensé que podríamos hacerlo en otro momento, pensé que esa noche había marcado un punto de inflexión, que los meses de conversaciones reales sobre música, sobrinos y maneras de ver el mundo habían hecho que él pensara que podía haber otra cosa. Pensé que, por lo menos durante un instante, le cuadraba un poco en su vida. Pero no ha debido de ser así, o he sido yo la que se ha explicado mal, la que da una impresión equivocada porque habla de follar sin pudor. Puede ser que sea culpa mía.
Necesito otras cosas…