domingo, 13 de junio de 2010

El que espera...


¿Cuántas? ¿Cinco, seis semanas? Las que fueran; nosecuantas semanas hablando por interntet y por teléfono, masturbándonos, corriéndonos juntos, viendo como se corría el otro, oyendo (que para mí sin duda es lo más interesante) al otro correrse, utilizando sus gemidos para hacerme una imagen mental de cómo estaría haciéndoselo en casa, utilizando la web cam para dejar de imaginármelo y poder ver cómo lo hacía, cinco o seis semanas o las que sean aguantado tres o cuatro noches a la semana “Déjame ir a follarte a tu casa” casi lo rogaba.


Nos conocemos, nos tomamos la cerveza perfecta, con la mini falda perfecta y el escote perfecto, la conversación perfecta, las palabras perfectas, llego un punto en que creí que me mentía, no podía acertar en todo; la imprescindible y deseada conversación de sexo también fue genial. Pero él tenía mucha prisa por culpa de algo que sonó a excusa extraña la verdad.

Me fui encantada, casi hasta me gustó el hecho de que no follaramos, supongo que por la novedad, supongo que podríamos decir que hasta me hizo ilusión.

Hablamos la mañana siguiente, se disculpó mil veces por tener que irse tan rápido y me repitió mil veces lo que le costó retenerse y no abalanzarse sobre mi pecho camino que mostraba claramente mi escote. Genial. Íbamos a repetir el jueves, pero el jueves no supe nada de él y desde ese día una paja-cibernética, un mensaje erótico sin respuesta, alguna que otra esperanza infundada de que iba a llamar y una conversación sincera dejando clarísimo que la pelota está en su tejado, una conversación en la que pregunte directamente por qué después de semanas rogándome venir a mi casa a follarme cuando le pido que lo haga no lo hace. Contestaciones insulsas sobre lo liado que se encuentra, sobre la sorpresa que me va a dar.

Así que así estamos, sin mensajes, ni llamadas, ni el tirirín del jodido menseger, intentando explicar qué coño ha pasado.

Por favor, si alguien lo entiende que me lo explique porque yo no entiendo nada de nada, ya no.

miércoles, 9 de junio de 2010

Piel


La primera vez que me di cuenta de la capacidad que tenía mi piel para revivirlo todo pensé que era una gran ventaja, un don, un regalo maravilloso. Que mi piel pudiera tatuarse cada sensación, cada sentimiento, cada marca vivida, me parecía maravilloso, increíble, casi extra sensorial. Poder revivirlo todo, que maravilla… Esta… habilidad me venía que ni pintada a la hora de valerme por mi misma, cuando no había nadie más que yo en la carrera hasta el orgasmo. Mi piel se transportaba hasta el momento que ella quería y llevaba mi mente y mi cuerpo con ella a ese momento maravilloso y digno, así me era muy sencillo correrme.


Pero ahora, lo que antes veía como un don desde hace unas semanas empieza a parecerme una maldición, como lo de la “vida eterna” que al principio parece un chollo pero luego…

Ha resultado que mi piel tiene vida propia y se transporta a donde quiere cuando quiere, no me deja elegir, no permite que sea mi mente la que ordene donde nos teletransportamos. Así que ella revive, por su cuenta y riesgo, los momentos mejores que ha vivido. Y a mí no hace otra cosa que atormentarme.

Lo siento piel, pero tenemos que crearnos recuerdos nuevos, historias nuevas, amantes nuevos, todo nuevo. Es lo que hay. Lo que tenemos hasta ahora piel, lo guardaremos, lo recordaremos con cariño y anhelaremos que vuelva, pero mientras tanto tenemos que seguir piel, tenemos que seguir, no nos queda más remedio.