miércoles, 21 de enero de 2009

Pseudo yo




En ese momento le hubiera dado todo, hubiese hecho cualquier cosa que me hubiera pedido, en ese mínimo momento, le habría dicho tantas cosas; todavía no entiendo cómo fui capaz de tragarme las palabras, todavía hoy dudo si no dije todo lo que pensé sin darme cuenta siquiera.
Estábamos follando como animales, salvajes, sucios y primarios. Él amarrado a mi espalda, los dos bien erguidos. Necesitaba apoyarme con las manos en la cama porque, de no haberlo hecho, sus embestidas habrían acabado tumbándome de espaldas; mi pelo suelto ondeaba al son de su ritmo frenético. Él escondía su cabeza en mi cuello buscándome con la mirada, yo me volvía para que me observara para jadearla en los oídos para que pudiese hacer una grabación mental de todo lo que estaba pasando.
Quitó las manos de mi cintura y me abrazó desde atrás, pasó sus brazos por encima de mis hombros y los cruzó sobre mi pecho agarrando con sus manos mis propios brazos formando un cruz lasciva, atrayéndome hacia él, como si quisiera dejar constancia a las personas que no nos rodeaban que sólo soy suya. Porque el único que nos acompañaba ya lo sabe, mejor que él incluso, lo tiene muy claro.
Sigo recordando ese momento, esos jadeos, ese ruido de dos cuerpos que chocan a esa velocidad con esa fuerza, continuo preguntándome cómo no le dije todo, como no grite que le quiero, que me mata, que sé que estoy completamente segura de que va a acabar conmigo, que es mi aniquilación. Todavía sigo preguntándome cómo no chillé, más alto todavía, como evite que mi voz rebotara contra las paredes haciéndoles testigo de lo que para todos, menos para él, es tan sumamente evidente. Todavía no lo entiendo.
Supongo que tengo que estar contenta, por haberme sabido contener, por haber aprendido a tener la boquita abierta sólo para lo estrictamente necesario, pero esto es sólo una muestra más de que estoy cambiando, de que mi hígado está dejando de hablar por él mismo, de que me estoy volviendo calculadora ¿le seguirá después la palabra fría? Sinceramente espero que no, pero nunca se sabe...

lunes, 12 de enero de 2009

Antes de dormir...




Nos acoplamos para dormir apoyados el uno en la otra, de lado, hacia mi lado, se acercó a mi espalda y pasó suavemente su mano sobre mi tripita. Pero yo, en un acto con premeditación y alevosía, cogí su mano y la posé en mi pecho derecho.
Sí se hubiera quedado quieto respirando tranquila y profundamente no me hubiese importado en absoluto, al contrario, me encanta dormir así. Pero ese movimiento le revolvió por dentro, le despertó, y, obviamente, fue mucho mejor que si se hubiera estado quieto...