jueves, 7 de octubre de 2010

Sencillamente perfecto, perfectamente sencillo.



Yo estaba satisfecha con el simple hecho de que bailáramos tocándonos, sobándonos, metiéndonos mano con finura en bares de “moderno” que a mi, simplemente, me parecen pijos aburridos. Estaba contenta teniendo un cubata en mi mano y moviendo el culo rozando su polla mientras me reía a carcajadas sin tener que aguantar a nadie diciéndome sandeces o mirándome sin mirarme.  De verdad que estaba contenta. Me había cerrado un polvo para la noche siguiente, un polvo nuevo, un polvo que me apetecía desde hacía meses, un polvo con unos ojos tan azules como profundos. No necesitaba nada más, estaba satisfecha (soy consciente de que estoy repitiendo mucho esta frase pero como es algo que no suelo sentir me apetece re-escribirla), de hecho, en mi inmensa borrachera, no dejaba de pensar, “que bien me lo estoy pasando, y ni si quiera vamos a follar pero no me importa lo más mínimo”.
Cuando le dije que viniera a dormir, que no me apetecía dormir sola esa noche, se lo dije de verdad; me gusta dormir con el Rubio, es muy atento, se queda dormido abrazado a mí, me busca mientras ronca para acoplarse a mi pecho; llevo muchos días durmiendo sola así que, sencillamente, me apetecía.
Subimos a mi casa y ni si quiera me dio tiempo a soltar el bolso, casi me lo arranco de las manos mientras me empotraba contra la pared del pasillo y me besaba con una lascivia que sólo él conoce. Le aseguré que eso no era lo que yo me esperaba y me dijo que él tampoco, pero es que nos ponemos, es así, nos excitamos muchísimo, es lo que hay.
Me arrastró hasta la cocina, completamente vestida mientras yo le soltaba el cinturón con la torpeza digna de una borracha, volvió a girarme y me precipitó contra la encima de la cocina; no podía dejar de gemir, sentía como comenzaba a sudar mientras sus manos me masturbaban sin parar. Me penetró allí mismo, sin compasión, sin esperar, sin delicadeza, con fuerza y hasta el fondo mientras empujaba mi pecho contra la encimera como si quisiera clavarme en ella. Volvió a girarme y se lanzó a comerme la boca, él no saborea mis labios, no, los devora, se los traga, engulle mis labios, mis gemidos, mis gritos y mis palabras.
La ropa, los zapatos, los cinturones, calcetines y demás prendas iban marcando el camino de la lujuria que recorrimos juntos, una vez más, esa noche. Todas las pistas nos llevaron hasta el salón. Se sentó en el sofá, y me digo que me sentara. Mire su polla, erecta, morada, turgente y expectante, me miraba desafiante así que acepte su desafío. Me senté sobre él, la cabalgue como hacía meses que no lo hacía; me lo follé mientras le clavaba las uñas en el cuello y el agarraba mi muslos imprimiéndome un ritmo frenético como a él le gusta.
Follamos como locos. Follamos como animales salvajes, como si estuviéramos seguros de que íbamos a morir mañana. Follamos en el salón, en la cocina, en la cama. Follamos de lado, boca arriba y, sobretodo, boca abajo, a cuatro patas. Follamos gritando, mordiéndonos, insultándonos, deseándonos, deshaciéndonos el uno en el otro. Follamos lamiéndonos, mordiéndonos, chupándonos.
Follamos y follamos como hacía demasiados meses que no follábamos. Y después dormimos juntos, de lado agarrando su espalda y él sujetando mi pierna sobre la suya propia. Y cuando nos despertamos, volvimos a follar y volvimos a dormir y volvimos a follar.
Sencillamente perfecto, perfectamente sencillo.