jueves, 30 de diciembre de 2010

La soledad de la amante



La amante se siente sola, desolada, cansada, agotada, vacía, despoblada.
La amante se siente perdida entre un montón de sábanas que cambiar.
La amante se ha dado cuenta de que es lo que los demás, sus amantes para ser más claros, quieren que sea. La amante se convierte en la "Mujer de las Fantasías" para ir cumpliendo las mismas de todos, una de tras de otra, sin nada que objetar o rechistar, más bien al contrario.
La amante entiende que el problema acude cuando la fantasía se acaba.
La amante en cuya naturaleza está cuidar (joder para eso es enfermera coño) se ofrece, con el corazón cubierto en velban en una mano y una postal que pone POR FAVOR NO ME HAGAS PUPA en la otra, a acudir a casa de sus hombres a cuidarlos cuando están enfermos. Pero los usufructuarios de las fantasías no quieren eso. Porque no entra dentro de la fantasía que la "Mujer de la Fantasía" sea la que les cuide.
Para eso está la otra.
De ahí su soledad.
La soledad de la amante, porque siempre es la otra, a la que nadie le pone vaselina en la nariz cuando está mala, a la que nadie le baja la basura, a la que nadie se acuerda de comprarle un llavero. Ésa es su soledad.

Una vez más dormiré a solas con mi dolor, lo único que empape mis sábanas serán mis lágrimas fruto del cansancio, del agotamiento, de la frustración y la soledad. Lágrimas-recordatorios porque me dicen que empecé el año viendo luciérnagas y mariposas que ahora están fundidas las primeras e involucionadas a crisálidas las segundas.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Recuerdos atormentadores



Tiene que acordarse, yo me acuerdo; vale, yo, me acuerdo de todo, esa jodida capacidad de recordar lo que vivo y lo que escucho.


Pero no me creo que él no sea capaz de acordarse, quizás no lo recuerde como yo, con la vehemencia que me caracteriza, pero se tiene que acordar.

Porque hace un año, casi casi exacto (el 12/12) nos íbamos los tres a vivir la que, para mí, fue la noche de nuestra vida.

Recuerdo el sexo, cómo olvidarlo, recuerdo el olor de que aquel garito tan grande, tan de la capital, recuerdo el color de las camas, la ropa que llevaba yo, la jaula de barrotes negros, la sensación de quedar atrapada entre los dos, arropada entre los dos; la que llevaban ellos, recuerdo las ataduras que me agarraban las manos, la venda que me cubría los ojos, recuerdo frases geniales.

Pero lo que no puedo olvidar, lo que dudo que olvide nunca, fue un momento más bonito que erótico. Estábamos en los sofás del medio, en una zona de paso, yo ya no llevaba el vestido, el corsé rojo repasaba mis curvas como una segunda piel y las botas de tacón alto adornaban mis pies. El rizos estaba en mi cabecera, yo apoyaba los brazos en sus hombros mientras dejaba el peso de mis pechos sobre su espalda, mi mano colgaba entre su pecho y su abdomen mientras era acariciada por la suya propia; el maestro estaba en los pies, cogiéndome las piernas, sentado justo debajo de mis rodillas, mi mano libre se acercaba a acariciar su barba de dos días, esa barba que nunca pincha.

No podía hablar, ni siquiera me había corrido pero rozaba el nirvana, no, no lo rozaba, estaba sumergida en él, el maestro se dio cuenta y enseguida lo verbalizo, es el que mejor se explica y el que mejor me entienda.

No podía dejar de decirles lo muchísimo que les quería, a los dos ¿eh? Ya sin cosas raras ni malos rollos. Os quiero. Os quiero. Os quiero. No podéis ni imaginaros cuanto. El maestro contestó enseguida pero los Rizos no, los Rizos han tenido que enamorarse de otra para decirme, dos veces al año, tampoco más, que me quieren.

Y ahora, cuando sólo ha pasado un año y tantas tantas cosas que han hecho que cambie todo tanto tanto, no puedo quitar, esa imagen de mi cabeza y, lo que es peor, no puedo dejar de preguntarme si él también se acuerda.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Más poder


No recuerdo si él me lo pidió o yo se lo ofrecí, me parece que fue una mezcla de ambas cosas. Él me dijo que le encantaba, que se lo pedía a todas las mujeres con las que se acostaba. Y yo se lo pregunté, ¿te gustaría…?


Al principio me dijo que si, no lo dudó ni un segundo, enseguida me dijo que sí, y yo sonreí con esa cara de zorra cachonda que pongo cuando me excito sólo de pensar. Eso me pasa mucho, sólo de pensar en lo que voy a hacer, en lo que le voy a hacer, en lo que me va hacer, me pongo como una loca, chorreo, noto como humedezco los tangas.

El día que le dije que esa era la noche perfecta para estrenarle, se arrepintió, le dio vergüenza, los perjuicios de vivir en una sociedad católica y apostólica como la nuestra pueden, demasiadas veces, con las ganas de recibir placer. Nos pusimos, follamos como animales y le permití, una vez más, que usara todos mi agujeros ya que yo iba a usar los suyos. Pero en el momento en que se lo propuse… pudo más el pudor que el vicio.

La siguiente tarde que hablamos del tema no fue una proposición, fue una advertencia “Cogeré el arnés y lo estrenaremos, no me voy a recorrer media ciudad con él en el bolso para luego no usarlo…” No se quedó muy contento pero no se quejó tampoco.

Nos dimos otro de sus baños, ésta vez con espuma, por primera vez le hablé de mí, de mi triángulo escaleno, de los rizos y del maestro, fue el primer paso hacia lo que hoy creo que será un final, se me escapó, me pilló con las defensas bajas. Soy transparente, totalmente cristalina, y con él me creado una barrera, he sido yo la que ha ido marcando los límites, marcando un ritmo más acelerado del que hubiese sido correcto; pero el domingo en nuestra quinta noche juntos, cometí un error… una lástima…

Después del baño, nos dimos otra de sus duchas, creo que son de los mejores momentos que he pasado con él, cuando me enjabona y acaricia al mismo tiempo, cuando repasa con sus manos mi cuerpo caliente, deshaciéndome igual que la otra vez, dejando que mi mente se fuera por el desagüe; pero no solo se escapo mi cuerpo, se fugó mi mente, mis barreras, mi muralla de papel… una lastima

Le dejé que me follara, más bien, le obligué a hacerlo, quería correrme yo primero, quería que oyera gritar para saber lo que iba a tocarle a él.

Quería verme mientras le penetraba, quería que mis pechos rozaran su abdomen mientras mis embestidas le hacían gritar, pero yo no lo quería así. Le dije que se pusiera a cuatro patas, dejé caer un chorro generoso y frío de lubricante, y le metí el primer dedo sin ningún problema, después el segundo, y lo siguiente fue mi maravilloso miembro falso. La facilidad con la que le entró me dejó estupefacta, tengo que reconocerlo. Me pedía más, más fuerza, más rapidez, más movimiento y yo, agarrada a su cadera, dándole hostias en los cachetes de su culo blanco, aceleraba mis movimientos para oír como aumentaban sus gritos. Sé que he escrito esto más de una vez, pero es que cada vez que hago esto vuelvo a darme cuenta, porque recuerdo la sensación, pero hasta que no vuelvo a ponerme mi aparato regalado no le recuerdo con tanta claridad. Sé que no obtengo ningún placer objetivo por penetrarle con mi arnés, pero el poder… sentir ese poder… esa sensación no tiene nombre...




Espero que ésta no sea la última historia que contar con él, porque aún no he descubierto qué coño es y me encantaría hacerlo.