miércoles, 2 de octubre de 2024

A veces vuelvo a nosotros

 A veces vuelvo a nosotros, 

para recordarnos de nuevo.

Pero no soy yo.

Soy un ser espectral que observa desde fuera.

Una niebla densa que nos mira con recelo.

Nos observa salvajes, casi primitivos. 

Escrutinio nuestros cuerpos, descifro los mensajes que mandan.

Las muestras de ese placer extremo, primitivo sin duda, 

y, justo en el momento en que empieza a partirse en dos, le susurro al oído

"Quiérala, ¿no ves lo que te necesita? 

¿No ves lo qué tú la necesitas?.

Quiérela, se merece eso y mucho más. Quiérela. QUIÉRELA"

Casi se lo espeto. 

Intentando grabárselo en el subconsciente,

Pero no sirve de nada.

No me escucha

No escucha nada.

Nunca lo hizo


jueves, 19 de septiembre de 2024

Tenía que ser otra cosa.

Supongo que te instalas en la incomodidad, 

te instauras en el dolor poco a poco,

hasta que te parece que es "lo normal".

Cuando se acaba por primera vez piensas

no siempre será así, ¿no?,

Pero después de la segunda, la tercera, la quinta...

asumes, aunque sea sin querer asumirlo, 

que será así.

Que el amor se basa en el juego, 

en el tira y afloja,

en el desaparezco para que me tengas ganas,

o en el hoy no me acuerdo ni de tu nombre.

Te crees que eso es todo, que siempre será así, y que ahí está tu destino.

Pero, de repente, aparece alguien que lo cambia todo.

Y descubres que lo tú creías que era amor no era nada.

Migajas de desidia y egocentrismo. 

Micro dosis de mierda de la buena para que siempre desearas más y más. 

Entiendes que el amor es otra cosa.

Es calma, sosiego, respeto, tranquilidad y admiración. 

La tranquilidad absoluta de saber que él está ahí porque quiere estar, ni más ni menos. 

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Que bien funcionas como recuerdo

 


Es curioso, llevo casi diez años sin escribir y aquí estoy, pensando en volver a escribir de ellos, de él, más concretamente.

Siempre vuelvo a ese nosotros, que solo era real para mi, en tiempos de crisis. Y se podría decir que llevo 14 meses viviendo en la crisis del agotamiento extremo, de la rumia en mi caballo de cuatro ruedas, y eso, y el verlo hace 10 días después de 5 años, pues no ayuda nada.

Hubo un tiempo, mucho tiempo la verdad, me creí que mi felicidad dependía de los dos. De lo que teníamos los tres. Me imaginaba que los Rizos y yo vivíamos juntos, y que acababa dándome todo lo que yo necesitaba, todo lo que, con tanta paciencia, había estado esperando. Imaginaba que se “curaba” y que podía volver a sentir. Nos imaginaba haciendo cosas de pareja normal, comiendo un domingo por la tarde en casa de los suegros, paseando de la mano por la ribera, yendo de conciertos a la López. Veía mi cajón en su mesilla, el cepillo de dientes junto al suyo, las tardes de series y teatro. Y todo lo aderezaba los jueves con el maestro. Me imaginaba que ese sería mi final feliz, ser pareja los dos y el triángulo escaleno los tres, un escaleno que, poco a poco, se iba convirtiendo en isósceles.

Me imaginaba casándonos en vaqueros en el juzgado recitándonos unos versos al oído (sé que el amor no existe, pero también sé que te quiero...); teniendo un hija, con algún nombre de canción tipo Oniria, la veía con sus rizos y mis ojos. Lo visualizaba cuidándola, paseándola porteada siendo LA pareja que tanto deseaba que fuéramos. Me imaginaba la casa del maestro con una mini cama preparada para su sobrina, que se la dejaríamos una vez al mes para volver a sumergirnos en el barro de la noche y así no ser como el resto de parejas. Lo tenía todo pensado en mi mente. Ese, durante mucho tiempo, fue para mi el único futuro que podía asegurarme la felicidad. Un futuro con él y con el maestro. Porque también era consciente de que solos no hubiera sido suficiente. Y, durante ese tiempo que me cree toda mi relación de ficción, no hacía más que descifrar todo lo que hacía buscando las claves que me llevaran a leer que él también quería eso, pero que no podía ni pedirlo ni darlo.

Sin embargo la realidad era mucho más dolorosa y sencilla que todo eso. No es que no quisiese o no pudiese, es que jamás me antepuso a él, jamás. Es muy duro ver como has querido tanto tanto a una persona y sentir que para él, prácticamente, no has significado nada. Es desgarrador sentir su indiferencia, verlo a dos metros de distancia escuchando las mismas canciones en directo, esas canciones que a mi me remueven el alma porque son sus canciones, las nuestras, y saber, a ciencia cierta, que a él le es completamente indiferente. Estar segura, completamente segura, de que no recuerda la última vez que oísteis juntos esa canción, esa que me aprendí de tanto oírsela.

Y así, estoica, aguantar el concierto del recuerdo, sabiendo que a ti no te remueve absolutamente nada.

Ha sido devastador verte, y, sobre todo, ver todo el poder que sigues teniendo sobre mí, después de tanto tiempo.

Abriste las compuertas de nuestro pasado e inundaste mi presente. Y, si te dejo, te convertirás en un tsunami imparable como ya lo fuiste entonces. La diferencia, la única diferencia que realmente importa, es que entonces tenía poco que perder, y ahora hay demasiado en juego como para que mi mente se entretenga en vivir realidades alternativas que no existieron ni existirán.

Ahora tengo diques de contención fuertes que me protegen, sujetan, aman, respetan y entienden, que no dejarán que me pierdan, aunque me pueda el cansancio, aunque el agobio y la ansiedad me entierren, sé, a ciencia cierta, que esta vez no estoy ni sola ni destrozada.