Es curioso, llevo casi diez años sin
escribir y aquí estoy, pensando en volver a escribir de ellos, de
él, más concretamente.
Siempre vuelvo a ese nosotros, que solo
era real para mi, en tiempos de crisis. Y se podría decir que llevo
14 meses viviendo en la crisis del agotamiento extremo, de la rumia
en mi caballo de cuatro ruedas, y eso, y el verlo hace 10 días
después de 5 años, pues no ayuda nada.
Hubo un tiempo, mucho tiempo la verdad,
me creí que mi felicidad dependía de los dos. De lo que teníamos
los tres. Me imaginaba que los Rizos y yo vivíamos juntos, y que
acababa dándome todo lo que yo necesitaba, todo lo que, con tanta
paciencia, había estado esperando. Imaginaba que se “curaba” y
que podía volver a sentir. Nos imaginaba haciendo cosas de pareja
normal, comiendo un domingo por la tarde en casa de los suegros,
paseando de la mano por la ribera, yendo de conciertos a la López.
Veía mi cajón en su mesilla, el cepillo de dientes junto al suyo,
las tardes de series y teatro. Y todo lo aderezaba los jueves con el
maestro. Me imaginaba que ese sería mi final feliz, ser pareja los
dos y el triángulo escaleno los tres, un escaleno que, poco a poco,
se iba convirtiendo en isósceles.
Me imaginaba casándonos en vaqueros en
el juzgado recitándonos unos versos al oído (sé que el amor no
existe, pero también sé que te quiero...); teniendo un hija, con
algún nombre de canción tipo Oniria, la veía con sus rizos y mis
ojos. Lo visualizaba cuidándola, paseándola porteada siendo LA
pareja que tanto deseaba que fuéramos. Me imaginaba la casa del
maestro con una mini cama preparada para su sobrina, que se la
dejaríamos una vez al mes para volver a sumergirnos en el barro de
la noche y así no ser como el resto de parejas. Lo tenía todo
pensado en mi mente. Ese, durante mucho tiempo, fue para mi el único
futuro que podía asegurarme la felicidad. Un futuro con él y con el
maestro. Porque también era consciente de que solos no hubiera sido
suficiente. Y, durante ese tiempo que me cree toda mi relación de
ficción, no hacía más que descifrar todo lo que hacía buscando
las claves que me llevaran a leer que él también quería eso, pero
que no podía ni pedirlo ni darlo.
Sin embargo la realidad era mucho más
dolorosa y sencilla que todo eso. No es que no quisiese o no pudiese,
es que jamás me antepuso a él, jamás. Es muy duro ver como has
querido tanto tanto a una persona y sentir que para él,
prácticamente, no has significado nada. Es desgarrador sentir su
indiferencia, verlo a dos metros de distancia escuchando las mismas
canciones en directo, esas canciones que a mi me remueven el alma
porque son sus canciones, las nuestras, y saber, a ciencia cierta,
que a él le es completamente indiferente. Estar segura,
completamente segura, de que no recuerda la última vez que oísteis
juntos esa canción, esa que me aprendí de tanto oírsela.
Y así, estoica, aguantar el concierto
del recuerdo, sabiendo que a ti no te remueve absolutamente nada.
Ha sido devastador verte, y, sobre todo,
ver todo el poder que sigues teniendo sobre mí, después de tanto
tiempo.
Abriste las compuertas de nuestro
pasado e inundaste mi presente. Y, si te dejo, te convertirás en un
tsunami imparable como ya lo fuiste entonces. La diferencia, la única
diferencia que realmente importa, es que entonces tenía poco que
perder, y ahora hay demasiado en juego como para que mi mente se
entretenga en vivir realidades alternativas que no existieron ni
existirán.
Ahora tengo diques de contención
fuertes que me protegen, sujetan, aman, respetan y entienden, que no
dejarán que me pierdan, aunque me pueda el cansancio, aunque el
agobio y la ansiedad me entierren, sé, a ciencia cierta, que esta
vez no estoy ni sola ni destrozada.