martes, 29 de noviembre de 2011

De vuelta



Las noches con el Maestro siempre suelen ser… únicas. Hasta las noches de fracaso con él son geniales, supongo que es una de las ventajas de pasearse por el barro de la mano de una de las personas que más quieres en el mundo, ¿no?
Así que me insistió en que saliéramos, porque hacía muchísimo que no nos escapábamos solos los dos, y me aseguró, como siempre, que valdría la pena. Sinceramente, han pasado muchos días ya y no recuerdo los detalles, no sé cómo iba vestida ni donde cenamos. Pero me acuerdo de él.
Una nueva y más que interesante adquisición. R. es muy guapo, de una altura perfecta, la musculatura ideal, discreto, atento, amable y huele… no sé de manera especial.
Sí que me acuerdo q habíamos quedado con él en nuestro antro de depravación, que el Maestro se lo había estado trabajando días antes y que habíamos quedado en mi casa para mostrarme por la web –sino no se creen que existes-, esto también me lo dice mucho mi profesor favorito. Así que primero le hicimos sufrir un poquito, lo justo y necesario para escanearlo desde la otra parte de la barra y asegurarnos de que nos iba bien. Y nos encajaba a la perfección.
Me encanta cuando los hombres se quedan cortados, les cuesta contestar y sonríe y o se ríen nerviosos. Me encanta porque se presupone que tengo que ser yo, la más joven, la mujer, la que debería sentir cohibida pero no suele ser así. Aunque tengo que decir, que el Maestro siempre consigue hacerme sufrir un ratillo, siempre me saca los colores, consigue entre la vergüenza soltando alguna de sus barbaridades. Y él siempre me dice, solo para chinchar, que parece mentira que con el carácter que tengo en la vida real me corte en situaciones que, obviamente, no me superan. Pero él siempre consigue que acabe ruborizándome y que, una vez más como casi todas las noches, le diga que no me da vergüenza que solo necesito un poco de calentamiento.
Pero es parte de nuestro juego, parte de nuestra obra, el primer acto. Pongamos nervioso al artista invitado y saquémosle los colores a la protagonista de la función. Pero a mí no me importa interpretar un preludio muy similar noche tras noche de barro porque es lo que el Maestro quiere así que, así sea.
Insisto en que han pasado muchos días, cuando el calor era insoportable y todo el mundo, menos yo, el maestro y el nuevo, estaban de vacaciones. Recuerdo que nos metimos lago de mano en los sofás de fuera, pero de forma bastante pudorosa, R todavía estaba nervioso. Así que fui yo quien dijo de meternos dentro. Y ahí empezó todo.
Recuerdo instantes, momentos aislados a los que no sé cómo llegamos. Pero le recuerdo buceando entre mis piernas, comiendo el coño con una fuerza que me encanto; recuerdo que era la mano del Maestro la que sujetaba su cabeza indicándole cual tenía que ser su labor.
Sé que se la chupe a los dos, soy consciente que estuve agachada en el suelo en medio de los dos alternando un miembro con el otro en mi húmeda boca. Escuchando los jadeaos de antes.
Pero lo que viene a mi cabeza varias veces al día es el recuerdo de R. penetrándome a cuatro patas, taladrándome las entrañas con una vehemencia brutal, mientras mi boca intentaba encargarse del Maestro, cosa que le resultaba bastante complicada por culpa de la velocidad y la intensidad de sus embestidas; oyendo sus jadeos y el retumbar del sonido de la cama contra la pared, mezclándose sus gritos con los míos, gritos y más gritos provocados por sus embestidas, la fricción de mi clítoris, las ostias que resonaban en m i trasero y la voz del Maestro susurrándome barbaridades . Había ratos que pensaba que me iba a romper, a desgarrar por dentro, había instantes en que sentía a la perfección todas las terminaciones de su miembro acoplándose a mí. Sentí esa sensación tan única como magnífica que solo se consigue cuando te corres, cuando despegas y te partes en dos. Me corrí después de semanas sin hacerlo y pasaron semanas después de que volviera a ocurrir. Pero fue magnífico, impresionante, me quedé exhausta tendida en la cama, empapada en un sudor mezclado, aguantando sus embestidas que parecían no tener fin.
Se corrieron los dos sobre mi pecho, uno detrás de otro, mientras yo no paraba de reír casi sin poder creerme que, por fin, me había corrido, que mi orgasmo no había desaparecido, que sólo está escondido, latente, agazapado, esperando a ser despertado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bueno tenerte de vuelta... se te echaba de menos por el barro.

Anónimo dijo...

Me alegra que regresara presto tu orgasmo, que lo encontraras igual de vehemente....aquí estaré (como siempre) para leerte.

Olimpia

NieblA dijo...

Siempre es un placer que anónimos conocidos se alegren de mis alegrías, así que mil gracias a ambos dos

Un Beso suave