jueves, 17 de diciembre de 2009

Madrid, Madrid, Madrid


Increíble. Hubo minutos que me teletransporté al Nirvana más profundo. Increíble. Inmovilizada sobre una mesa que me escocía la piel cada vez que me arrastraban sobre ella (tengo la piel sensible, qué le vamos a hacer), atadas las manos, vendados los ojos, sin ver ni poder tocar, sintiendo un número indefinido de manos. Viajé, me transporté no sé muy bien a donde sólo podía ver luciérnagas y mariposas. Me veía a mi misma con mi corsé rojo, el liguero sin enganchar a las medias, las botas negras de cuero y tacón clavándose y dejando marcas sobre la mesa, con las piernas abiertas mientras ellos me mostraban a un mundo que para mí estaba excitantemente prohibido ver. Grité como la loca que soy y me considero, me desgarré la garganta hasta el punto que me dolía. Hubo unos escasos segundos que no les sentía, pregunté por ellos y al unísono contestaron que no me abandonaban mientras me tocaron para que volviera a sentirlos. Me levantaron entre los dos porque no podía respirar, ni hablar, ni andar, ni ver sólo sentía mil cosas que saturaban mi sistema nervioso despegando, una vez más, hacia otro lugar.
Sentada, más bien echada, en ese desconocido sofá rojo, tapada por el corsé y mis botas, apoyándome en el hombro de los rizos que a su vez me sujetaban con ternura la mano, descansando las piernas sobre el maestro mientras mi mano acariciaba su barba de tres días, me preguntaban si estaba bien y yo sólo podía decirles lo mucho que les quiero desde la lejanía del Nirvana más profundo. Simplemente fue increíble todo.
La reja, me recuerdo dentro de la jaula entre los dos, tocándonos sin saber a quien tocábamos, recuerdo gemidos míos otros que fui yo la que se los robó a alguien desconocido y ajeno a mí. Simplemente fue increíble, todo.
Y la habitación con el balcón acristalado, tan cercano a los vecinos de enfrente, tan frío, tan rápidamente empañado... Alguien me tenía que tocar a mí también ¿no?
Se entremezclan las historias, la línea temporal no está clara. Recuerdo una barra tan hortera como negra y acolchada, que fue testigo de la brutalidad permitida de un dedo tránsfugo, mientras el maestro anunciaba lo muchísimo que lo excitábamos y los rizos paseaban sus labios por mis brazos desnudos.
Retales, trozos, fragmentos, pedazos, piezas de una noche tan mágica como excitante.
Mordiscos, arañazos, moratones y dolores residuales varios que demuestran que no soñamos nada, que nos fuimos a Madrid antes de que acabara 2010, como nos habíamos prometido a nosotros mismos.

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