jueves, 5 de marzo de 2009

Antes de las vacaciones


“Recuerdo retales, retazos sumamente intensos...”
Lulú explicaba que siempre que tenía experiencias tan intensas sólo recordaba retales y trozos de lo que había ocurrido. Yo no, yo lo recuerdo todo, siempre he tendido facilidad para aprender las canciones, las escenas de las películas, lo que oigo y veo se me queda grabado en la retina; lo que siento se graba en mi piel.
Por eso, aunque fue hace varios días, sigo recordando cada gesto, cada caricia, cada mirada y, sobretodo, ese abrazo, ese abrazo que hace que me tiemblen las piernas más que con cualquier orgasmo, ese abrazo que me descoloca, que pone lo de arriba abajo y lo de abajo arriba; últimamente lo haces mucho más de lo normal, estás más... humano y eso es lo que me descentra.
Me recogisteis enfrente del teatro sin darme tiempo a nada casi me subisteis a empujones al taxi. Fue todo muy rápido, una vez allí me cambié de ropa, es otro de los inconvenientes de tener una vida oculta que no puedes vestir igual para la sociedad que para ti. Casi no había bebido dos sorbos de mi copa y ya me arrastrasteis hasta el sofá, exponiéndome al público, dejando claro quien me poseía pero haciendo partícipe al pueblo.
A veces me miro desde fuera en esos momentos, mientras me retuerzo de placer en un sofá con las piernas abiertas de par en par y la lencería bonita desterrada en un rincón de mi cuerpo mientras volvéis público lo que, la sociedad dice, debería ser privado y discreto; me veo a mi misma aguantándome los gritos mientras tú me dices que grite más.
Por supuesto esa noche tenía que ser especial, tenía que irme de viaje siendo totalmente consciente de quién me había llevado de la mano hasta las puertas de la perversión (que buen nombre para un bar no?) para que no olvidase volver.
Después de pedirme que te besará el maestro me alejó de tu lado para hacer lo único que puede hacer que me desees más todavía, ofrecerme a otro hombre, un chico joven, dulce y atractivo. Nos sentamos enfrente sólo y exclusivamente para hacerte sufrir porque, en el fondo, me encanta hacerlo. Así estuvimos el tiempo que el maestro quiso porque siempre es él quien marca los tiempos y a mí me encanta como dirige nuestra orquesta, no tengo nada que objetar.
Pasamos adentro y ahí empecé a perder la noción de lo que pasaba, de quien me hacía cada cosa, no sabía quien estaba arriba quien abajo quien me tocaba a quien lamía yo, y lo cierto es que no me importaba. Sé que “el nuevo” hundió su lengua entre mis piernas haciéndome gritar más todavía mientras tú me pedías que gritase y que te mordiese cosa que hice sin pensar. Los dos desaparecieron se fueron de misión de reconocimiento dejándonos solos en la oscuridad con esa música insultantemente hortera como único testigo. Me ahogaba, tenía muchísimo calor, mi corazón latía demasiado rápido aunque hubiese querido no era capaz de moverme mi orgullo me impedía lanzarme a tus brazos como a mí me hubiera gustado, pero no fue necesario hacer nada porque fue tu brazo el que me movió hasta ti, el que me colocó encima de ti. Me abrazaste, me abrazaste tan fuerte, podía olerte, esnifé tu olor para poder recordarte luego cuando no estuvieras, me besaste salvaje fuerte, lamiste toda mi cara. Como tú estabas sentado en la banqueta y yo de pie quedábamos a la altura perfecta para que nuestros cuerpos se acoplasen, abrí unos centímetros las piernas para quitarme las bragas de los tobillos. Seguías abrazándome me acercabas más a ti, escondías tu cabeza en mi hombro y esnifabas el olor de mi pelo. Posaste tu iniesto miembro sobre mi sexo, estoy segura que quemaba, notaba como chorreaba por mis muslos. Suspiré, no pude evitarlo, no fue resignación ni con mala intención sólo fue un gemido camuflado en un suspiro. Me susurraste al oído que no me preocupase que no pensabas entrar, te dije que ya lo sabía, ante todo protección, no quiero ni un susto más. Pero seguíamos abrazos, calientes, cachondos, prácticamente ocupábamos el espacio de una persona sola. Tú te moviste medio centímetro, yo otro medio, fue como si nuestros sexos tuviesen vida propia, como si pensasen por si mismos, como si se necesitaran más de lo que yo te necesito.
Suspiramos al unísono mientras te clavabas en lo fondo de mí, despacio y profundamente, levante la pierna para sentirte más todavía. Y mientras me abrazabas con fuerza bailábamos juntos lenta y profundamente. Fueron unos segundos, no llegó al minuto pero es esa humanidad que muestras sólo cuando estas así la que me descentra la que me hace avivar la llamita de la esperanza.
Volvieron riendo y se pararon unos segundos para observarnos, pero el maestro vino para llevarme con él porque sabe lo peligroso que es eso para mí.
Me tiré en la cama rodeada de los tres y me dejé hacer. No me dejaron ni que me desnudara, el vestido ligeramente subido te pone como un loco. Me aseguraste que m ibas a rescatar de los dos, me arrastraste hasta ti y volviste a exhibirme a ellos, preguntándome que si quería que me follarais, te conteste que sí, pero que no iba a pedírtelo y por mucho que me costó entre orgasmo y orgasmo, entre jadeo y jadeo me contuve para no rogarte que me follaras pero al final lo hiciste, por todos lados y de todas las posturas. Me follaste de frente mirándome y para que te mirara mientras te corrías, aguantaste hasta que oíste mis gritos para partirte conmigo, aguantaste hasta que me empaparon de ese maravilloso líquido de placer cubría todo mi pecho. Te miré mientras te corrías, tenía ganas de hacerlo, todavía recuerdo tu cara, tengo ganas de volver a ver esa expresión ¿esta noche?

No hay comentarios: