lunes, 31 de mayo de 2010

¿?


Al principio el teléfono era suficiente, no lo niego. Me encantaba oírlo diciéndome todas las barbaridades que iba a hacerme cuando nos viéramos. Me ponía oírle suplicarme que le dejara venir a mi casa. Así, ¿cuánto? ¿cuatro o cinco semanas?


La cerveza rápida y agradable fue genial, cuasi perfecta, demasiado perfecta para ser real.

Pero ahora que le digo que venga a follarme, que le dejo clara constancia de que quiero hacerle todo lo que se le ocurra, todo lo que me pida. Ahora que por fin ha conseguido lo que quería, que parecía ser era que le invitara a casa, ahora no da señales de vida.

Y yo, más cabreada que triste, me preguntó ¿¿Cómo es esto posible?? ¿Alguien me lo puede explicar??

sábado, 15 de mayo de 2010

Posesión




Ayer nos volvimos a ver, apareció más bebido de lo que debería para ser la hora que era, algo tristemente habitual en el Rubio. En cuanto se acercó a mí comenzó a tocarme y abrazarme como si nos hubiéramos visto ayer. Una vez más, como ha hecho tantas veces, empezó a hablarme de lo mal que le va todo, a veces pienso que soy la única que le escucha, bueno para ser sinceros, finge escucharle. Nos fuimos, rodeados de los de siempre y algunos jóvenes nuevos, a un bar más oscuro, un bar con esquinas que no fueron utilizadas. Porque él prefiere exponerme al público, prefiere colocarse en medio del bar y dejar babosa constancia de que, en ese mismísimo instante, de alguna retorcida manera, le pertenezco. Nos besamos y mordimos como la última vez que estuvimos juntos, nos bailamos mientras el alcohol hacía más mella en su ya demasiado castigado hígado, y, varias veces a lo largo de la noche, estuve a punto de despegar desde la mitad de la pista de un bar que cada día me es menos desconocido.


Pero en el instante siguiente, dejó de ser el Rubio divertido para volverse el Rubio Violento. Quería follón, desde primera hora de la noche, y no iba a parar hasta que lo encontrara. Yo, una vez más, me había prometido que no iba a dejar que me hiciera daño “Mira Manu, ya no me hace daño”. Así que me aleje de él, sólo mantuve pegado a su cuerpo una esquina de mi ojo izquierdo.

Se calmó de un instante a otro, exactamente igual que como se había brotado. Se calmó y volvimos a tener una conversación más que ridícula sobre que no le respeto porque no caigo rendida a sus pies, todo mientras investigaba en que tanto por ciento estaba húmeda. Me cansé de calentones, sí, me cansé de magreos, me cansé de jugar para que después la pereza o el alcohol le impidieran llegar a la meta, también me sé le recorrido de ese maratón.

Así que le rechace, me había enganchado de la camiseta para morderme la boca como sólo él sabe hacerlo, pero me retiré y le dije que no me calentase. Como era de esperar se fue más que ofendido. Pero yo estaba cansada de jugar, lo sigo estando.

Así que con la chaqueta en la mano a punto de irme, me crucé con mi Niño, mi Niño el que me da besos furtivos y amoroso en mitad del albergue, el Niño que me lleva de la mano hasta su habitación para enseñarme la camisa nueva, el Niño que me canta flamencadas que odio pero que a él le encantan. Lo vi y en lo único que podía pensar es que no quería dormir sola esa noche. Así que le besé, una vez más, suponiendo que, una vez más, algo o alguien se interpondría entre él y los 400 metros que había desde el bar hasta mi casa. Pero no fue así, por fin, follamos y el apocalipsis no ha llegado todavía.

Tuve que pedir una intervención, porque el Rubio, en cuanto vio esto se acercó a mí a abrazarme y bailarme cogiendo mis manos mientras me cantaba al oído “Y cuando duermo sin ti, contigo sueño…”. Podríamos haber sido tantas cosas… tantas… me quedé con tantas ganas de decirle esto mientras intentaba lamerme la oreja y yo le retiraba la cara, demasiado para una noche. Así que cogí a mi Niño a su juventud y a su dulzura y me lo llevé a mi casa, mientras el Rubio miraba desde la lejanía con la falsa sensación de que en ese pequeño instante me quería, no como se quiere a las personas no, como a una posesión.

Pero yo con la cabeza alta y la mano amarrada por la mano de otro me fui a casa, dormí poco y acompañada.
Eché un polvo de colores… pero eso es otra historia.

domingo, 9 de mayo de 2010

Sin quejas


El jueves, intentando recuperar nuestra perdida buena costumbre, el Maestro y yo volvimos a salir. Quedamos con uno de los sustitutos, uno de mis favoritos la verdad (aunque reconozco que si me lo cruzo por la calle no sé si lo reconozco).
Hubo un rato genial, recordaba de él que besaba muy bien, con mucha suavidad, con mucha ternura, hasta a mi me gusta de vez en cuando un poco de suavidad; recordaba que la chupaba exactamente igual que besaba, con mucha suavidad y con mucha ternura. Hubo un rato genial, hubo un buen rato que creí que podría ser EL SUSTITUTO, en el plano sexual obviamente, el afectivo/sentimental es muchísimo más complicado. En ese rato cogió mi nuca y me susurro que se la chupáramos al Maestro entre los dos. Hacía meses que no hacía algo así, con lo que eso me gusta, nuestras lenguas se entremezclaban y discutían por chupar ese pedazo de carne turgente, nuestros labios se juntaban en la punta del capullo para acabar besándonos enfrente de la polla expectante del maestro. Hubo un rato genial, un rato en que creí que podría ser EL SUSTITUTO. Y en ese rato me tiraron y desnudaron en mi cama bucearon en mi cuerpo mientras el otro se ocupaba del contrario, formando el trio obsceno que tantas veces hemos formado.
Durante unos minutos creí que lo habíamos encontrado, creí que... podíamos tener algo parecido a lo que tuvimos con los rizos. Pero luego a la hora de la verdad, en el momento de "pasar a la acción" él no pudo, el estrés, un día agotador, la presión de lo público, todo eso le pudo. Y, aunque no me puedo quejar, tuve mil y un atenciones y por supuesto grité de placer, reconozco que me faltó algo.
La próxima vez será mejor, seguiremos buscando y le daremos otra oportunidad más a estas gafas cariñosas, porque me gustan las gafas cariñosas, y el Maestro siempre hace todo lo necesario para complacerme.
Así que, por supuesto, no me quejo, ni se me ocurriría.